sábado, 21 de octubre de 2006

El gatito


Miércoles, 18 de octubre de 2006. Son las 8.30am; abro la puerta de casa y un minúsculo gatito está en el descansillo de la escalera. Me mira y decide entrar en casa. Le impido el paso con suavidad usando mi pie sin hacerle daño. Cierro la puerta y comienzo a bajar por la escalera: no quiero llegar tarde a la oficina; tenemos reunión a las 8,59 y me he propuesto ser puntual.

El torpe , joven y minúsculo gatito me sigue con riesgo para su vida metiéndose entre mis piernas por los escalones de la casa; lo esquivo, lo miro con ternura y él decide que le he gustado; continúa acompañando mis pasos por el jardín dando alegres saltitos y maullando con alegría. Empieza a caerme bien..



Abro la puerta del garaje y se mete delante de mí; me dirijo hacia el coche, abro la puera y me mira pidiendo permiso para subirse. Le digo que no con la mirada y un gesto; él se aparta y yo me subo; cierro la puerta y arranco el motor. Él, mientras, se ha sentado en la plaza de al lado y me mira fijamente, maúlla y comprueba que me voy de allí sin él; me mira con tristeza, y yo me siento fatal por dentro, pero "llego tarde a la oficina", pienso.

Cuando llego a la oficina, tenemos la reunión, tomo otro café y cuando estoy realmente despierto decido que tengo que ir a buscar al gato; así que con una excusa cualquiera salgo disparado hacia el garaje de casa, busco el gato inútilmente, y abatido regreso al trabajo.

Desde entonces veo su mirada, oigo su maullido y lloro por dentro: ¡Qué cruel soy! - ¡Cómo he podido dejar a esa criatura tan alegre, tan llena de vida, tan llena de amor ahí fuera: ¡como si fuera un pedazo de mierda! - No puedo dejar de pensar en él; incluso doy vueltas por el vecindario a ver si le encuentro; veo otros gatos, pequeños, grandes... parecidos pero no a él. No quiero otro gato; ninguno me miró de esa manera; con ninguno hubo una complicidad igual mientras caminaba del portal de casa hasta el coche. Una complicidad que trasciende el tiempo, que no podré olvidar nunca.

Espero, al menos, que el pobre animal haya tenido suerte y que haya dado con otra persona más responsable, menos tarugo que yo, que cuando a ésta le hiciera sus monerías, se diera cuenta de la suerte que tenía delante, y en lugar de dejarlo ahí, haya decidido adoptarlo.

No puedo olvidar su mirada; no puedo olvidar su maullido, sus brincos; su alegría; su pelo verdoso; y su sonrisa: sí -he dicho bien-: su sonrisa. Si volviera a verle entre 100 gatos parecidos podría distinguirlo claramente, y él a mí. Lo sé.

Cuando el amor pasa delante de tí no pienses que tienes que ir a trabajar; no pienses que no llegas a tiempo: no lo dejes escapar frente a tus narices: acógelo con los brazos y el corazón abierto. No te equivocarás.

lunes, 16 de octubre de 2006

No tengo nada que decir

No publico: no quiero decir nada: estoy aprendiendo, estoy viviendo... experiencias nuevas, (¿nuevas?) releyendo libros que tenía olvidados y sobre todo aprendiendo a ser tolerante.

Pregunta que llega a mi mente en este momento:

«¿Por qué Dios nos ha hecho lo suficientemente inteligentes como para preguntarnos qué hacemos aquí, para intentar buscar un sentido a esta existencia pero también lo bastante estúpidos como para hacernos infelices a nosotros mismos y a los demás constantemente?»

Vamos, que nos ha dado una linterna con pilas del Carrefour en una cueva para que pensemos que somos capaces de ver algo; pero no tenemos ni idea de lo intensa de la luz del sol porque seguimos encerrados en la cueva de nosotros mismos.

Y también a veces pienso -con todos mis respetos- que Dios tiene mala leche ¿eh? - Jo: es que no somos ni chicha ni limoná: ni carne ni pescao: No somos ni suficientemente inteligentes como para comprender la vida, disfrutar y ser felices, ni suficientemente tontos como para no percatarnos de las cosas y ser felices comiendo y durmiendo como los animales.

¿Seremos nosotros los retorcidos? (seguramente sí).

A ver si podéis ser felices.. ¡Al menos intentadlo, jolín!